atardecer en cartagena

En estos años de corta o quizás larga y mediocre existencia, ya perdí la cuenta de las veces que empecé desde cero .

He caminado por senderos oscuros que me han revolcado como cuando un inexperto se lanza por primera vez al mar. La cosa es que con arena hasta en los calzones, agua salada hasta en lo más profundo de mi estómago o garganta y con los ojos que arden hasta cegarme, he empezado desde cero en la soledad de mis memorias, derrotas, lágrimas, miedos y deseos. 

Despojada de todo, con desesperanza, sentada en el suelo de un apartamento medio vacío, mirando hacia la nada y sin saber cómo seguir, me di cuenta que en ese proceso en el que se empieza de cero hay personas que dejamos atrás y que también nos dejan; normalizamos creer que eso es malo, que dejar atrás a alguien o que alguien tome la decisión de dejarnos tiene algo que ver con nosotros; nos pega duro en la autoestima porque sentimos que no dimos la talla o que no fuimos suficiente.

En una de mis más tristes rupturas amorosas -por no decir que la más triste- lloraba hasta quedarme dormida porque creía que esa persona me dejaba por no ser lo suficientemente buena para él, porque tenía más fracasos que éxitos encima y esa suma de derrotas, hacía que para él cualquier otra persona pudiera ser más atractiva. ¡Error! 

Fuera cierto o no que él hiciera ese comparativo con otras personas, ese no debía ser mi problema, era lo que menos debía importarme. En ese momento lo que debía importarme eran los beneficios que toda esta situación traería para mi vida.

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En esa transición de vivir una relación larguísima con alguien a quien le cambió su concepto y significado del amor, a quedarme sin suelo y completamente perdida, debí independizarme emocionalmente a la fuerza, madurar, cambiar mi forma de pensar e incluso de sentir. En ese momento empecé un nuevo reto laboral -que ahora que lo pienso- era el impulso que necesitaba y fue lo que me salvó la vida, porque allí fue donde más empecé a creer en que sí era suficiente, poderosa y valiosa y que no se trató nunca de serlo para otros sino para mí. 

Cambiar no siempre tiene que ser doloroso. Cambiar es una palabra mágica y más cuando viene acompañada de la palabra sanar. 

Cambié de casa, me mudé a otro barrio, compré mis cosas, conocí personas, hice amigos, cambié la forma de vestir y hasta me desprendí de mi pelo largo. Cambié la forma de verme, la forma de soñar, de percibir el futuro y la forma de ver el amor. 

Esas veces que he tenido que empezar desde cero encontré muchas formas de romperme y auto-sabotearme. Pero también he aprendido a conocerme, a construirme con algo de dolor pero con propiedad, con flow, con actitud, con movimientos certeros, estratégicos y más inteligentes para no dejarme afectar por ninguna situación que no puedo controlar.

Ahora sí, la reflexión:

En todo ese camino, por supuesto, he hecho cosas mal. Como por ejemplo, forzarme a amar a alguien y creer que debo salir a buscar un buen compañero de vida, que la persona ideal puede estar en cualquiera y que debe sí o sí tener unas características específicas que lo harían perfecto para mí. ¿Se imaginan andar con una lista de bullets buscando en cada esquina un hombre ideal que cumpla con mis requerimientos? Pasa y … ¡Qué loco! 

El asunto es que más allá de volver a pensar en una relación tradicional, estable o duradera, lo que quiero reflexionar es que la vida siempre nos da la oportunidad de empezar desde cero y eso no pasa por casualidad.

Es ahí cuando solo debemos agradecer el camino que dejamos y el que viene porque en él, encontraremos que cada persona o situación que pasa por nuestras vidas tiene un propósito, y al cumplirlo, debe dejarnos para darle espacio a otro ser u otros seres que vendrán con esa misma misión. 

Ahora que entiendo mejor ese proceso quiero empezar a creer que cada momento es tan único, que no vale la pena pensar en qué hubiera pasado si todo hubiera sido diferente. 

Autor: NatRoca® (Derechos reservados)