Atardecer bogotano

Te miro y me deslumbro cuando sonríes mientras hablas de lo que te gusta. Un café, un libro, ese beso que aún no me atrevo a darte. Todo queda en silencio. Solo se escuchan mis pensamientos. Te beso suave y me pasa un corriente por el cuerpo; como cuando sabes que se avecina una fuerte tormenta.

Siento que los labios me queman y que la sangre empieza a revolverse. El pulso se acelera y empiezo a sudar. Nos desnudamos y por Dios que siento como si te hubiera amado toda la vida.

Tus manos pequeñas me tocan, se estremece todo. Tu lengua entra hasta el fondo de mí y juraría que ya conocías mi sabor; ese recorrido que haces se me hace sumamente familiar.

Se me erizan hasta mis entrañas y olvido por completo que había sido un sueño tenerte adentro mío. La luz cálida de tu habitación, la música, tu olor y el color rosado de tus mejillas se tornan borrozos. Solo recuerdo el estallido de mi cuerpo susurrando palabras para nuestras pieles suaves y calientes que se tocan sin querer dejar nada para después.

Una y otra vez siento como el volcán dormido que llevaba adentro explota y saca toda su furia, sus miedos, su dolor y su ira. Luego llega la calma. Todo se convierte en quietud. Suenan susurros casi imperceptibles a los oídos de los ingenuos.

No solo me miras, me ves con esos ojos fulminantes que me desnudaron por completo desde el primer minuto en que la chispa de la conexión saltó por aquella puerta.

Sin tocarme me tocaste; y sin besarme ya me habías besado. Podría decir que sin habernos conocido ya me conocías muy bien.

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