Bailarina Danza folclórica colombiana

Un día nos despertamos creyéndonos inmortales, todopoderosos e intocables. Pero también un día, súbita e inesperadamente, el mundo pesa y ese peso hace que todo se desfigure a tu alrededor. 

El pasado sí nos determina porque cada acción y decisión nos pone donde estamos ahora; elegir o no elegir es determinante para lo que somos hoy. Pero ¿Cómo saber cuál es esa mejor elección?

Cuando tenía 16 años, un simple y mal movimiento me hizo parar. La rodilla tronó y sin mucha preocupación estuve un mes sin bailar. Lo tomé como un respiro, como algo transitorio, algo a lo que se expone un bailarín. Fue pasando el tiempo y la molestia permaneció siempre en esa rodilla. A esa edad nada duele, nada pesa, nada importa, solo hay ganas de comerse el mundo y ser imparable.  

Casi 15 años después, sufro una lesión más grave que hace evaluarme, repensarme y sentirme de formas distintas y complejas. Una montaña rusa emocional se apoderó de mí convirtiendo los días en frustración, sobre análisis constante y reproches inservibles.

A eso, sumémosle que vivir en un país en donde lo que menos importa es tu bienestar es agotador y miserable. Y así me sentí por muchos días: agotada y miserable. Ese fue el primer tramo que tuve que lidiar, el de papeleos, burocracia absurda, diagnósticos inconclusos, demoras, etc. 

El segundo y más difícil momento lo nombraré “amiga, date cuenta”. En este punto sentí que definitivamente no podía con todo como siempre lo había creído. La vida me saboteó de una forma que aún después de meses, no logro comprender del todo. Me hizo entender que es válido pedir ayuda, llorar frente a mi mamá, llorar frente a cualquier persona; que ser fuerte no siempre es el mejor vestido que debo tener, que en estos momentos en el que no puedo moverme ni para ir al baño, es en el que veo quién sí, quién no y quién nunca. Esta etapa de reflexión hizo que mi limitado círculo social terminara reduciéndose mucho más. Incluso mi familia se volvió aún más extraña para mí de lo que ya era.

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Bailar es lo que más amo hacer en mi vida, y sentir que no podía hacerlo, me deprimió de una manera inimaginable. Solo pensaba en esos días en los que que me detuve a discutir las razones por las que bailaba, o los años que pasé buscando el lugar ideal en el que podría aprovechar mi talento. Pensaba en cada minuto dedicado a desperdiciar y desperdiciarme en mantener mi ego intacto. También evalué el mal tiempo que dediqué a lugares y personas que no me aportaron y que sin querer, culpé por no llevarme al nivel que quería, ni a los lugares o espacios en los que podría hacer realidad mi mayor deseo como bailarina. 

¿Quién debe asumir las elecciones que haces? ¡Tú y nadie más que tú! Posponer, dejar para después o creer que para todo hay tiempo, es uno de los errores que más cometemos los jóvenes. Basta solo con hablar con una persona adulta, de 40 0 45 años en adelante, para darse cuenta que el tiempo se desvanece en nuestras propias manos. Mirar al lado y preguntarle a nuestros padres, tíos o abuelos «qué les hubiera gustado ser» y ver cómo ellos mismos decidieron alejarse de esos sueños, es una de las grandes lecciones que me dejan estos tiempos de quietud, soledad y silencio. 

Ahora, meses después de terapias y ejercicios, de volver a empezar como muchas veces he tenido que hacerlo, de sentirme cansada y absurdamente derrotada, solo queda limpiarme las lágrimas con la poca fuerza que me queda y continuar. Sí, continuar con mis sueños, mis metas y mis más grandes sueños bailarines, ya sea en París o en el parque del barrio; de llevar al límite mi cuerpo bailando, ejercitándome, sintiéndome. De encontrar la felicidad en las tablas, techos y paredes de un majestuoso teatro o simplemente de ser libre en movimiento para mí.

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En medio de tanto aprendizaje que me deja esta lesión, está la del poder de decisión, el poder de decidir lo que uno quiere y lo que no quiere para su vida. Incluso hablando de amor, de relaciones personales con conocidos, colegas, amigos, pareja y familia. Siempre podemos elegir de quién queremos estar rodeados… ¡y que nadie nos diga los contrario!

¡Y claro que me aplaudo! Aplaudo mi perseverancia, mi determinación, mi disciplina, mi verraquera heredada. Porque sí, a fin de cuentas uno es lo que hace y no lo que dice que hace o que va a hacer. Y me aplaudo y premio por ser más hechos que palabras.

Por otro lado, aunque el 90% de este proceso lo tuve que vivir sola, solo tengo gratitud para ese poderoso 10% lleno de amor incondicional. Las visitas, los mensajes de ánimo, las palabras de afecto, las trasnochadas escuchándome llorar, la compañía cuando sentía que no valía nada. ¡Pura gratitud para sumercé!

A veces creo que el universo nos pone personas, que sin darnos cuenta, cumplen con su misión en nuestra vida. Hay quienes llegan para ser sombra, negatividad, oscuridad y muros y quienes por el contrario, coincidieron contigo para ser luz, camino, ventanas y puertas abiertas. Afortunadamente conté con personas que fueron y son mi bastón en este maravilloso proceso que se llama: ¡Nada dura para siempre, ni siquiera lo malo que nos pasa!

Si llegaste hasta aquí… ¡Gracias por leerme! Este fue un texto que escribí hace un tiempo. Hoy, exactamente un año después de mi cirugía de rodilla, rehabilitada en un 70% y con una fuerza, disciplina y determinación imparable, solo le puedo agradecer a la vida por dejarme seguirla bailando.